Héctor Herrera y Rafa Márquez transfiguraron la tragedia en comedia. En seis minutos transformaron
la tersura del balón en agudas bayonetas para la aguerrida escuadra charrúa. Veredicto inapelable, aunque cuestionable: México 3-1 Uruguay.
Un México de tres facetas. Notable con once en la cacha. Pusilánime cuando enfrentó a diez uruguayos, y rabioso cuando sufrió la expulsión de Andrés Guardado. Tres caras de un equipo que gana con el sufrimiento en la garganta.
Pero, sin duda, eso dejó el paroxismo como un valor agregado a la satisfacción en el clímax de la afición, que transitó de la euforia, a los soponcios, hasta el éxtasis final. Las sensaciones superan en estremecimientos a los sentidos, si está su Tri de por medio.
Los goles del Tri fueron un acto de traición de Pereira, hasta los acuchillamientos de Márquez y Herrera. Godin, desde la estratosfera de sus estragos, hizo de cabeza el de Uruguay.
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